Un mes de viaje se pasa un abrir y cerrar de ojos. Pareciera
que fuera ayer cuando me emocionaba por ir a lugares que ya soñaba con algún
día visitar, ahora me encuentro camino a París en el mismo tren que tomé para
llegar a la costa azul francesa hace ya seis meses.
Todo se ve
borroso y claro a la vez, quisiera poder
congelar el mar y la sensación al sumergirme sintiéndome casi en casa. Más de
un mes llevo viviendo en hostales, alberges, casas de amigos (también amigos de
amigos) y bueno que hasta en casa de hippies me quede! No tenía idea de cómo lo
iba a lograr en un principio, la gente que sale poco de casa y de su zona de
confort suele creer que viajar es sinónimo de vacacionar, QUE GRAN ERROR! De
verdad que tuve días de gran cansancio y de vez en cuando me tenía que tomar un
día de descanso para consentirme.
Francia,
Alemania, Austría, Suiza… y la lista seguía creciendo. Preocupaciones por el
dinero, ponerte contento por todo lo que ahorras, encabronarte por pagar de más
y hasta llorar de desesperación ya al final.
Trenes, aviones, camiones, coches, viejos amigos, nuevos
amigos, compañeros, tours, caminatas interminables, corridas, risas, fiestas,
cultura y mucho más me ha pasado en tan concentrado tiempo. Las risas, estar
acompañado, estar solo, la suerte de viajero y mi clásica mala suerte que me
sigue como sombra.
Me siento
rico, un riqueza enorme y que no tiene que ver con oro. Feliz y sabiendo que
algún día, mientras tenga pies y energía, regresaré a seguir saciando mi sed
que no se apaga. Recuerdo haber dado gracias y rezado en cada una de las
cientos de iglesias en las que entré, recuerdo haber platicado con gente de
nacionalidades de las que jamás había escuchado, recuerdo haber sonreído, y lo
más importante, recuerdo haber jurado el nunca conformarme con una vida que me
haga infeliz.
La cultura
en México nos crea y moldea de formas muy particulares. Pero hay tanta gente
tan inspiradora afuera, viajeros que se salen con su mochila por un año para
dar la vuelta al mundo, historias que te inspiran a nunca dejar de luchar y
creer que hay cosas mejores siempre. Las oportunidades no se acaban, solo hay
que buscarlas.
Claro que
mis miedos siguen ahí, latentes. Como portando un virus que en cualquier
momento se puede desarrollar, me tengo que mantener alerta para dejarlo fuera
de mi vida lo más posible. A veces pienso que una vida sin sueños es como una
de mis carreras sin meta, no tiene sentido. Así que mientras se cumplen unos se
plantean nuevos. Listas, escritos, diarios, fotografías, postales y recuerdos.
Pasiones que ya no cargo en mi mochila pero que se me quedaron en el alma.
Nuevas ideas y creatividad son nuevos horizontes que busco
para destilar del concentrado heterogéneo que hoy traigo en la cabeza.
Así siguen los días, porque esto aún no acaba. Estoy
emocionado por lo que viene, hoy más que nunca. Sigo forzando mis barreras,
empujando a todos lados. También me canso y a veces siento que ya no puedo más,
soy humano como todos. Pero mi necedad es mi defecto más virtuoso que me hace
seguir empujando y jalando aunque tenga callos en las manos (a veces muy
literalmente).
¿Qué falta?
La cereza del pastel, el postre, lo más dulce, lo más
valioso, un gusto, un placer, un pecado, un sueño, una frustración, una luz,
una prueba para mi mismo que pondrá en perspectiva todo… TODO.
Ya me anda por el amanecer el Londres.
Roberto Mora