Alebrijes
Movía
sus pequeños brazos hacia el alebrije giratorio sobre su rostro. Recostado, con
tan solo unos meses de vida, el pequeño solo piensa en el par de notas que se
escuchan a su lado mientras disfruta del suave calor sobre sus dedos. Calor
proveniente de los primeros rayos de mañana que entran a través de la ventana.
Debajo de la ventana del cuarto, de
tenue azul y tapiz de globos, se encuentra un pequeño buró blanco. Sobre él, se
encuentra una pequeña caja de música en forma de carrusel. Pequeños caballos
dorados que giran al tono de dulces notas para el niño.
El carrusel musical posee un pasado
misterioso que se oculta tras un canon en D. Mientras cualquiera escucharía un
DO mayor, Gustavo aún escucha las trompetas y redobles del circo mezclados con colores de bailarinas
y acróbatas. Gustavo se encuentra de pie viendo desde el otro lado del cuarto a
su hijo jugar, sabiendo que con la última nota del carrusel vendría el momento
de actuar.
Las gitanas habían sido claras en la
profecía, la madre del niño moriría al nacer y él sería el único que podría
salvar al circo de los tiempos de decadencia que se aproximaban. Ahora que
Lucía no estaba, Gustavo sabía que el destino del pequeño sería estar el resto
de sus días preso de esa caravana viajera. No podía permitirlo. Habían jurado
salir de ese infierno sobre ruedas.
El bebé aún movía sus pequeños
brazos hacia el alebrije sobre su rostro cuando la última nota del carrusel,
único recuerdo que conservaría de su madre, sonó. Se extendió un silencio denso
que recordaba al entierro de Lucía. Éste fue roto por una risa del pequeño.
Gustavo sabía lo que tenía que hacer.
Roberto Mora
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